L. VIENTO DE CEDRO

SONETO XV

Esa carne en labrantío de penas
que ha regado la sal de tus mejillas,
niega que en el mundo haya maravillas
que no deban cargarse de cadenas.

Pero no duran cien años condenas
que aneguen los pulmones con arcillas,
el leve tictac de unas manecillas
siega en su sazón el roer de las venas.

Un aliento que anticipa vergeles
abonados con llantos y dolores
arranca el corazón de su barbecho,

dobla la luz, traspone los dinteles,
convoca la paz que hermosea el pecho
y firma el armisticio con las flores.

XLIX. VIENTO DE CEDRO

No creo que sean las olas
las que reduzcan
nuestros trazos a borrones.

Su débil naturaleza
difícilmente resista
durante el tiempo necesario
a esa turba de zapadores distraídos.

Vendrá la mano indócil del niño
a buscar materiales de obra
armado de cubo y paleta;
el cortejo zigzagueante de las gaviotas
arrastradas de su estómago e instintos;
el paso decidido del lebrel
en pos del palo y la palmada del amo;
la pareja de novios
que dé fugaz registro de su amor
con la punta del paraguas.

Y bien venidos sean.

Todos denunciarán
la lentitud de las mareas,
la inutilidad del estrago
en lo que ya no es nada.

Pero allí quedará la arena
esperando que alguien
de nuevo
aaaaaaaaaaaaaaaala acaricie.

XLVIII. VIENTO DE CEDRO

Palpitan las venas en soledad;
telarañas sin huésped ni casero,
restos de un naufragio polvoriento
que ha sumido su celada
en inútil ardid de paciencia;
hoy abrazan el aire circundante
y mesan los flecos del silencio,
custodiando la fría eternidad.

Pura inercia atrapada en una forma
entre el trillón de posibles formas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaade no ser.

Un sarcófago de tejidos
que desliza su masa por las calles,
conjuga convenciones
y malversa el tiempo,
ajeno a ese fuego que mata
sin el que no es dado alcanzar
la sola forma
entre el trillón de posibles formas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaade ser.

XLVII. VIENTO DE CEDRO

MUERTE (NO ACCIDENTAL) DE EUROPA

Recuesta tu cansancio;
sólo quedan de ti en ti
las alhajas de otro tiempo
y el vapor de unas ideas.

Preñan tu vientre reseco
ecos que fueron deseos,
que hoy no atañen a los músculos
ni concitan las tormentas.

No hay causa de tu merced
ni sangre que te salpique:
diezmo alquilará la muerte,
diezmo comprará la paz.

El fulgor de los balances
redimirá esta jornada
mientras un sol de oro y plata
busque su postrer venero…

aaaaaaaaaaaaaaaaaaque es el tuyo.

XLVI. VIENTO DE CEDRO

Para Carolina

Cómo encajarme en ti
con el laconismo torpe
que predica el diccionario;
cómo uncirme a ese yugo,
a esa voluntad aséptica,
con que traban sus carnes
el verbo querer o amar.

Qué inane acepción comprenderá
el tajo que siega los hilos ciegos
que manejaban mi anterior vida,
el nudo de esperanza que los ata
al gobierno de tus dedos
y la renuncia irrevocable
a la libertad estéril de la veleta.

Qué erudito dique contendrá
ese hontanar de gratitud
que mana en mis entrañas
y barre la arena de mis venas;
qué palabra podrá apresar la flecha
engarzada en el arco de tus cejas,
su vuelo que con cada parpadeo
alumbra un mundo más luminoso,
con otro yo, mejor, que me suplanta.

Es inútil decir que te quiero,
cuando me encallo en el arrecife
que defiende tu lengua
y hundo en tu saliva mi sed de náufrago.

De nada vale decir que te amo,
cuando en lapso lúcido de loco,
renocozco la demencia
y ruego que me cargues de cadenas.

Se vacían las palabras cuando asumo,
tras el verdor voltaico de tus ojos,
un adiós asesino que me acecha
y derogará todas las voces con tu nombre.

XLV. VIENTO DE CEDRO

SONETO XIV

El corazón se rinde a la sequía
en un pantano roto y agostado,
cuyo lecho de venas cuarteado
pule el soplo de la melancolía.

Polvo y humo, fragor nunca olvidado;
rastrojo que ventea noche y día;
segundos que son horas de agonía
con el alma clavada en su pecado.

Devota religión de cenagal
que debe rendir lágrimas y albricias
a un coloso que tiene pies de barro;

a una liturgia de cuña y desgarro,
a un altar consagrado con mi sal
que antaño desbrozaban tus caricias.

XLIV. VIENTO DE CEDRO

Los coches rasgan la noche;
cabalga el jinete doppler
un ronroneo doliente
que crece y mengua en la nada.

Qué vano orzar entre un mar
de sábanas encrespadas,
en un sudoroso piélago
que la voluntad no aquieta.

Truena el vuelo de una mosca,
engranaje del vacío,
acicate de las sombras
que taladra la cordura.

¿Qué condena dicta el cuerpo
cuando impone su vigilia?
¿Qué mitología conjura
aferrándose al insomnio?

Y en mitad de la deriva
el sufragio de la paz:
tus muslos traban un cabo,
tu aliento pende el fanal.

XLIII. VIENTO DE CEDRO

Alguien dará el postrer paso
que apenas acallado
movilice ese ejército
latente que nos vigila,
que vela todo camino
y reclama nuestra estancia.

Ya esmerila sus hojas,
desliza quedo sus raíces;
aposta la tolvanera,
las estacas de espadaña
y el musgo que lucirá
su penacho sedicioso
en canalones y gárgolas.

Declina un sol; despunta otro,
y hay un cazador paciente,
un remolino de savia
que aguarda día y noche
la sazón de su cosecha.

XLII. VIENTO DE CEDRO

El rastrillo de los párpados
señorea la noche
con un yugo enervante;
claudica el músculo,
tal vez hastío de ser.

En la utopía del sueño,
furtivos a toda refutación
y tormento escolástico,
quimeras, dragones,
basiliscos y cíclopes
empujan con un ariete
su placenta imaginaria.

Cuando los ojos se crispan
en febril arrebato,
la imagen busca la juntura,
el desbordamiento del verbo
que la arrastre más allá de sí.

El espejismo vuela lindes;
y la materia en demasía
emprende un viaje
para el que la palabra estorba.