XII. VIENTO DE CEDRO

Qué tortura avanzar
expropiado a tirones
de ese perfume bajo
fermentado en las calles,
de esa codificación etérea
que tienta al olfato ilustrado
con un beso de Calipso
detrás de cada esquina.

Qué trampa del instinto
enredarse como un ovillo
en cada bolardo,
aaaaaaen cada farola,
aaaaaaaaaaaaen cada árbol…
para atender a vientre descubierto
cantos de sirenas despreciadas,
ralentizando unos pasos
que siempre llevan ritmo ajeno.

Qué ironía reconocer
a través del banco de grisalla
que teje la memoria
un trazo que nosotros mismos pusimos:
la vindicación de un territorio
mil veces disputado,
de una cavidad que declara un celo…
aaaaaay que nunca serán nuestros de veras.

Qué paciencia
tener que recurrir al camuflaje
que brindan dos ojos mansos
y una lengua jadeante
para desviar, una y otra vez,
el mismo dardo que se empeña
en volar demasiado alto:

«¡Rufo, deja ya de joder con la correa,
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaque pareces tonto!»